por Juan Escobar
El título no hace referencia al mítico gigante asiático, del que siempre es más lo que se dice de lo que se conoce. No. No es para hablar de ese extraño socialismo que terminó siendo el protagonista estelar de la globalización de los mercados en la que derivó lo que algunos llaman aún el "sistema capitalista".
No. No es para hacer referencia a ese "socialismo" cuyo viraje al "capitalismo" incluye dentro de sus aspectos fundamentales uno de los secretos-a-la-vista mejor guardados del mundo actual: la fundación de la Asociación de Consumidores Chinos en diciembre de 1984. Más conocida por un auditorio reducido con el nombre de "China Consumers Association" (CCA), el nombre en inglés, que es el idioma occidental en que se encuentra su página web. La CCA no es una asociación de consumidores como las que conocemos acá, si bien se la podría definir como una "organización social" desde el momento que no se trata de una repartición más del omnipresente Estado chino.
Lo notable del caso es que la CCA se trata de una estructura federativa que agrupa actualmente nada menos que 3279 asociaciones de consumidores locales y comunitarias diseminadas a lo largo y ancho de su territorio. Para entenderlo un poco mejor, se trata de una especie de CGT de los consumidores chinos, que defiende sus derechos con un criterio de distribución territorial. ¿Un modelo chino compatible en alguna medida con un cierto peronismo utópico? Ni tanto ni tan poco. Obviamente, volveremos sobre el asunto.
Una interpretación apresurada podría llegar a la conclusión de que, si es por una cuestión cuantitativa, el socialismo del siglo XXI no se trata ya de un socialismo de los trabajadores (o solamente de los trabajadores) sino que ha pasado a convertirse tras su viraje al capitalismo en algo más parecido a un "socialismo de los consumidores".
La peligrosidad de esta idea consiste justamente en que el carácter territorial de la organización de los consumidores para la defensa de sus intereses no es incompatible ni contradictoria con la "libertad económica" ni con la libertad política. Con esto queremos decir que se trata de una estructura y una dinámica que podría adaptarse a regímenes políticos democráticos y a la economía de mercado.
-¿Peligrosidad?- se entromete en el texto el comedido que nunca falta- Si incluso podría ser una posible respuesta al planteo con que iniciaba John Fitzgerald Kennedy su famoso discurso sobre los consumidores: "Los consumidores, por definición, somos todos nosotros. Es el grupo económico más grande en la economía, que afecta y es afectado por casi cada decisión económica pública y privada. Las dos terceras partes de todos los gastos en la economía se deben a los consumidores. Pero son el único grupo importante en la economía quienes con eficacia no se organizan, cuyas visiones a menudo no se oyen". Un lamento que desde entonces se sigue repitiendo año tras año para el aniversario del discurso, el Día del Consumidor. ¿Peligroso para qué, para quiénes?
-Peligroso para el esquema de distribución de costos y beneficios en las actuales sociedades de mercado -como la nuestra- donde los consumidores invariablemente pierden por goleada. Y para los intereses de las minorías del poder económico que se llevan la parte del león. De allí a que la nueva cortina de hierro, ahora informativa, se dedique a ocultar ciertos detalles inconvenientes.
Pero no era de esto de lo que queríamos hablar. Aunque sea el mismísimo Mao el que puede darnos una pista. En ocasión del Mayo Francés -lo que es decir, hace medio siglo- en una entrevista periodística le preguntan su opinión sobre la Revolución Francesa (sí, la de 1789) a lo que habría contestado: "Me parece demasiado pronto para arriesgar una respuesta". Y estaban hablando nada menos que de la Revolución Francesa. La que con sus emblemas de Libertad, Igualdad y Fraternidad estableció los parámetros de la Democracia Moderna, al menos dentro de la tradición europea y continental. Una tradición que empezó a crujir ya desde los inicios del siglo XX.
Mal que mal fuimos llegando al lugar de donde hubiéramos tenido que empezar el recorrido.
Mal que mal fuimos llegando al lugar de donde hubiéramos tenido que empezar el recorrido.
Porque el título refiere a las dificultades de recepción, a lo incomprensible, a lo que no se entiende: es chino básico, suele decirse y generalmente esta expresión coloquial se acompaña con algún gesto que busca subrayar el caracter misterioso de alguna expresión o algún planteo. Y como era de esperar en este espacio textual, la cuestión gira en torno de ese gran incomprendido que siempre ha sido el peronismo. Al menos para ciertos sectores que siempre lo ven como algo bajado de una nave extraterrestre.
Perón, el incomprendido hubiera sido quizás un título más apropiado, al menos para un amplio segmento de la sociedad argentina que, en gran medida a causa de la acción del aparato educativo de génesis liberal y europeísta, comparte un imaginario político donde la democracia se inscribe simbólicamente en la historia política de las instituciones derivadas de la Revolución Francesa, lo que se manifiesta por ejemplo en la referencia recurrente a la división de poderes heredada de ella. Todo sería muy lindo si no fuera porque el presente se explica menos por la historia que se inicia con la Revolución Francesa, que por la historia que se inicia con la Revolución Industrial. De la que emergió y se consolidó el Orden Industrial que dio origen al Poder Económico que evolucionó hasta convertirse en el poder global de nuestros días. Perón, el incomprendido, por haber sido un hombre de su tiempo, mientras la mayoría de nosotros seguimos viendo la realidad con patrones que atrasan más de un siglo.
Ese Orden Industrial que fue poniendo en entredicho, contaminando y condicionando al proyecto democrático prácticamente desde el comienzo. Samir Amin lo dijo en algún libro con una claridad difícilmente superable: la revolución del capitalismo consiste en que mientras en la etapa previa al capitalismo el poder político determinaba al poder económico, a partir del capitalismo es el poder económico el que de manera creciente determinó al poder político. Nada de división de poderes en este sentido. Y el Orden Industrial imprimió una aceleración a ese proceso que no hizo sino aumentar a lo largo del siglo XX.
Fue justamente en las primeras décadas del siglo XX donde ese asedio a la democracia tuvo su bautismo y un nombre: Corporativismo, el experimento que entremezcló política y economía en proporciones variables y variados resultados. Monstruo bicéfalo. Por una parte, el corporativismo político europeo, genéricamente conocido con el nombre de fascismo por su variante italiana y que se difundió rápidamente por el continente. Conformando experiencias en más de una decena de países y de los cuales el nazismo alemán se constituyó en el caso paradigmático. En especial por haber logrado el siniestro mérito de producir el horror de la muerte a escala industrial. Campos de concentración organizados como factorías, como grandes complejos industriales. El protagonismo del tren, la organización eficiente del trabajo, la medición racional del tiempo y el establecimiento de métodos, e incluso la gestión de la información, todos ellos elementos característicos de la sociedades industriales desarrolladas. Donde la banalidad del mal que vislumbra Hannah Arendt, también puede entenderse como la racionalidad aberrante de toda una sociedad funcionando como una maquinaria industrial y sometida a su lógica meramente instrumental, y en consecuencia, inhumana.
Y todo bajo la consigna en común que identifica a cada una de las experiencias del totalitarismo fascista: Nada fuera del Estado. De allí, justamente, su caracterización como Totalitarismos de Estado, expresión política del Corporativismo. Caracterización que, más allá de las diferencias ideológicas y discursivas, puede compartir con el socialismo real de los regímenes comunistas. Que tras la caída de los fascismos propiamente dichos, pasarían a tomar la posta de este tipo de Corporativismo. Expresiones políticas de las que más nos habla la historiografía, el Relato de la Historia sin más.
The Platters - Sixteen Tons
Paralelamente se había ido gestando -sigilosamente- desde la maduración del Orden Industrial, otro tipo de Corporativismo. El de las grandes empresas, ya consolidadas como Corporaciones empresarias en los treinta años previos al comienzo del siglo XX. Un Corporativismo de Mercado que encontró su cauce ideológico en la escuela económica establecida por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Los neoclásicos, que tomando como estandarte a Carl Menger, transformaron su pensamiento económico en la ideología del poder económico. Una ideología, conocida entre los profanos como neoliberalismo, que se constituyó en la fuerza argumental que a través de la Globalización de los mercados viene avanzando sobre el mundo en su conquista bajo la consigna común de: Nada fuera del Mercado. Totalitarismo económico de pensamiento único. Fascismo de Mercado. Un corporativismo económico que no tuvo suficiente protagonismo reconocido en la Historia relatada. Hasta hace unas décadas. Cuando ya era demasiado tarde y el zapallo ya se había convertido en cosmos.
La tercera posición justicialista es una toma de distancia respecto de ambos tipos de corporativismo. Y tomando partido por la democracia asediada. El peronismo, primer emergente "exitoso" del orden industrial en la política argentina, lo hace de la mano de la figura del Trabajador, sujeto social de innegable protagonismo en el industrialismo, al punto de que aún hoy persiste en el imaginario con la fisonomía del obrero de fábrica.
Al corporativismo derivado del orden industrial le opone un modelo de democracia que incluye la democracia económica. Una democracia industrial, que a tono con la época, es una democracia de organizaciones. Un marco argentino donde vendría a encajar aquello de los chinos.
Pasará bastante tiempo para que Peter Drucker, el supremo gurú de las corporaciones, comience a hablar de la sociedad contemporánea como una "sociedad de organizaciones". Y aún más tiempo para reconocer la importancia de la responsabilidad social de esas organizaciones, afirmando que en una sociedad de organizaciones, corresponde que parte de las energías de las organizaciones sea destinada a cuidar a la sociedad.
El humanismo del pensamiento de Perón lo aleja del corporativismo en cualquiera de sus formas. Porque se encuentra centrado en la persona humana, en la complejidad del arco que une su individualidad con su proyección social en la comunidad, entendida como el colectivo organizado para la convivencia. Ese distanciamiento puede encontrarse expresado, para volver siempre a lo mismo, en La comunidad organizada. Donde previene respecto de la "insectificación" del individuo a manos tanto del Absolutismo de Estado, como del Absolutismo de Mercado.
Se suele repetir que el peronismo es humanista y cristiano. Cristiano, sí. Pero del Cristianismo del Papa Francisco. Y además más, y otras cosas.
Indio Solari - El regreso de Mao
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